Sin Despedidas





Sin Despedidas

Como si no fuese lo suficientemente doloroso recordar aquel episodio en una pizzería de Pablo VI en Bogotá, ahora y como un castigo, él siempre le está recriminando su decisión.

En uno de esos días por allá en Octubre, de un año que ya no recuerda, cuando su relación y por decisión propia vivía sus últimos días, ella quiso aceptarle una invitación a almorzar como un acto de valentía para con ella misma y así comprobar que el tiempo de estar juntos había desaparecido.

Se sentaron frente a frente, hicieron su pedido sin cambiar nada en absoluto de aquello que era un ritual cada vez que se veían y mientras esperaban, él, por debajo de la mesa le acariciaba la  rodilla, como si con eso se lograra recuperar todo lo perdido, todo lo dañado, todas las lágrimas derramadas. Ella aceptaba con agrado y dolor sus manifestaciones de afecto y no podía distraer su cabeza con aquellas caricias porque no sabía si sería capaz de salir corriendo de aquel sitio sin volver la vista atrás.

Almorzaron lentamente como quien quiere demorar el tiempo, pero ella sabía que en tanto saliera de ese sitio ya nada volvería a ser igual... y nada volvió a ser igual.

Él la tomó de la mano intentando detenerla y ella corriendo a la calle tomó el primer taxi que pasaba.

Fue así y de la manera más miserable, sin despedidas, sin últimos besos, sin abrazos de buena suerte, como al final logró ponerle fin a años y años de un amor lleno de tristezas, un amor que no podía sostenerse de un solo lado, un amor que le había dejado el corazón roto, las manos vacías y un hueco en el alma que no se cerraría ni con el paso del tiempo.  

Él no la olvida porque lo dejó ahí sin mirar atrás y ella no lo olvida, tal vez, porque fue a quien más le dolió.


 

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