Mi primera vez con la muerte


 No sé con cuántos años contaba, tal vez no pasaba de 6 o 7 y jamás podré olvidar mi primera vez con la muerte.

Por qué motivos llegué a esa casa lo desconozco, solo recuerdo que entré a una amplia sala de una casona de paredes blancas, de puertas de madera pintadas de azul, el piso de tableta con diseños, y en la que no se oían llantos, ni se veían familiares, ni asientos, ni flores, pero sí en cambio, en un rincón de la gran sala, una mesa con un mantel que cubría la mitad de sus patas y sobre ella una cajita blanca y azul, con el mismo azul del cielo, cerrada con pequeñas puntillas y cuatro velitas blancas encendidas sobre botellas de vidrio una en cada esquina.

Uno a esa edad, no entiende nada de la vida y mucho menos de la muerte y sin saber qué debía hacer, me fui acercando poco a poco a la mesa con la cajita, corrí un asiento para poder lograr observar lo que ella contenía y vaya sorpresa la que  me encontré.

Un vidrio me separaba del interior. Una personita de una piel tan blanca como la misma muerte, con un gorrito azul y envuelta por completo, yacía ahí. La miré impávida por horas. Quería pensar que estaba viva y que por el contrario, yo sería testigo del despertar de ese raro sueño en el que se había dormido.

No recuerdo haber llorado, tampoco recuerdo que alguien hubiese llegado a abrazarme __porque también era una niña__, no supe si era él o ella, pero lo que sí traje conmigo, fue el recuerdo de su boquita en la cual descansaba una pequeña margarita blanca.


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